Revolcarse en la miseria

Brutos, sucios y malos
Uno se sitúa ante el argumento y el director de Brutos, sucios y malos y se hace una idea completamente errónea de lo que nos deparará esta película. Si leemos cualquier resumen creeremos que es una película de corte social que retrata las dificultades que provoca la pobreza, y si además se sabe que Ettore Scola es el director de películas como Una mujer y tres hombres o Una jornada particular casi daremos por confirmada esta hipótesis a priori.

Brutos, sucios y malos es una película sorprendente, la dirección en la que avanza evita cualquier interpretación moralista, cualquier reivindicación social, y, por si fuera poco, destiñe todo resto de sentimentalismo de sus imágenes para dejar la historia en toda su cruel desnudez. ¿Cuántas películas sobre la pobreza acuden a la dignidad y la honradez como valores centrales de sus protagonistas? ¿Cuántas usan a los pobres como marionetas de sus abstractas reivindicaciones? La larga tradición de películas que instrumentaliza la figura del olvidado para despertar la conciencia social revaloriza Brutos, sucios y malos como una película original e innovadora. Scola desecha todo acuerdo social, todo tópico bienpensante en referencia al tema y dibuja una familia corrupta que convierte los 7 pecados capitales en su Biblia de cada día. La película se centra en la vida de la familia durante algunos días; el primero sucede dentro de los arrabales, con tono costumbrista vemos la rutina de los que habitan las zonas deprimidas, Giacinto (Nino Manfredi) en el bar, Gaetana encargada de los quehaceres de la casa, la hija menor trabajando en el corral donde meten a los niños mientras los padres trabajan, y demás situaciones cotidianas. El segundo día, la cámara de Scola se trasladará a los centros de trabajo de los hijos de la familia, las mujeres trabajarán en fábricas u hospitales mientras que los hombres robarán lo que puedan. En los últimos días, la película se va dirigiendo hacia un argumento más claro al tiempo que las situaciones adquieren tintes más grotescos, más esperpénticos, y el humor negro va aflorando con más claridad.

Brutos, sucios y malos camina con sutileza sobre la fina línea que separa el drama de la comedia negra, el toque de humor no es desenfadado, es de esos que dejan una sonrisa congelada en los labios. El humor que Scola gasta aquí contra todo pronóstico me ha dejado una sensación muy similar a la que me dejó Canino de Lanthimos, bromear tan sarcásticamente sobre asuntos de esta seriedad puede ser saludable, pero no deja de resultarme incómodo. Lo feo y lo desagradable se convierte en la principal herramienta del director para azuzar las conciencias de un público acostumbrado a un tono reivindicativo pero políticamente correcto, Scola ataca al espectador con el mal gusto para provocar alguna reacción que desnude el aparato ideológico y deje al descubierto el sentir más profundo alrededor de los temas tratados. Por poner un ejemplo de un acercamiento contrario a la miseria podemos recordar la profunda dignidad que desprendía la familia Joad en Las uvas de la ira de John Ford. La absoluta miseria de los protagonistas, en muchos casos, se ve reforzada por su propia actitud, Scola no busca culpables fuera de los suburbios y refleja cómo es la vida de sus personajes sin una intención clara de reivindicación; algunos intentarán escapar de la miseria y otros se irán hundiendo más y más sin poner remedio.

Servidor ha disfrutado especialmente las escenas que empiezan a desvariar, que introducen tonos surrealistas cuando las acciones empiezan a precipitarse: la madre cortando un corazón de vaca mientras la familia al completo planifica la muerte del padre, el encuentro amoroso entre Giacinto y la mujer gorda, la comida tras el bautizo en la que envenenan al patriarca y demás. La planificación escénica es notable durante toda la película, pero en los últimos compases alcanza el sobresaliente. Por supuesto, no había otro final posible que acabar como se empezó, de un modo desasosegante, a pesar de todas las revoluciones internas que se produzcan en el seno de la familia. Ettore Scola muestra oficio con su dirección, aunque la originalidad de la película resida más en el guión y en la planificación escénica que realiza junto a Dario di Palma. El trabajo del director de fotografía es realmente estimulante: llaman la atención el modo de retratar la miseria en los primeros planos de sus personajes, los planos generales con la ciudad desarrollada al fondo y la manera de filmar el corral donde están los niños, entre otras imágenes. El aspecto visual que di Palma consigue implantar a Brutos, sucios y malos se queda en la retina y no te suelta.

Si conseguimos sobreponernos a una banda sonora ochentera francamente horrorosa y al intuitivo rechazo que puede producir Brutos, sucios y malos, disfrutaremos mucho de la incisiva propuesta de Ettore Scola; es una película inteligente y mordaz, antisentimentalista y ácida, un buen estímulo para soltar el caparazón y asomar la cabecita a un mundo real (doloroso), despoblado de tabúes y sin cortinas que nos ahorren lo que no queremos ver.